Hay dos temas de salud que preocupan obsesivamente a las sociedades occidentales. Uno es cómo frenar el envejecimiento. El otro es perder peso. Ya he comentado cómo los menos escrupulosos utilizan cualquier avance científico, por pequeño que sea, para vender elixires de la eterna juventud sin ninguna utilidad comprobada. Con el tema de adelgazar pasa lo mismo.
No hablaré de pruebas como las de las supuestas 'alergias' a alimentos porque cualquiera que sea capaz de usar su lógica puede llegar a una conclusión inteligente sin la ayuda de ningún experto. Más confuso es el tema de las píldoras. Al lado de las que nos tienen que hacer vivir cien años siempre están las que queman grasa, aceleran el metabolismo o suprimen el apetito. Y, una vez más, con la excusa de que se venden como suplementos y no como fármacos, nadie las controla.
En este caso, los riesgos para la salud son importantes. Hay sustancias que realmente hacen perder peso, pero a costa de deshidratar, alterar el balance hormonal o afectar peligrosamente el corazón. Ha habido casos en los que las autoridades han tenido que retirar un 'complemento dietético' que ha causado problemas serios. Y a pesar de esto, seguimos dispuestos a dejarnos engañar si nos prometen lo que queremos oír.
Es fácil agarrarse a un clavo ardiendo. Un ejemplo. El jarabe de maíz (high fructose corn syrup) es un edulcorante natural usado en multitud de alimentos como sustituto del azúcar. Hace unos años aparecieron unos estudios que prácticamente lo acusaban de la epidemia de obesidad que padece Estados Unidos, por no provocar sensación de saciedad, desregular el metabolismo y convertirse directamente en grasa. Parecía que bastaba con suprimirlo de la dieta para empezar a perder peso. Hace poco, unos investigadores demostraron que estos datos estaban equivocados. El jarabe de maíz engorda justo lo que tiene que engordar, como la mayoría de las cosas.
Y es que no hay que darle muchas vueltas al tema. Existe un truco infalible para adelgazar, avalado por centenares de estudios y años de experiencia. Y además es gratis. Se trata simplemente de ingerir menos calorías de las que se gastan. Funciona perfectamente, lo sabemos todos. Entonces ¿por qué no lo hacemos? ¿Por qué nos obsesionamos en buscar atajos aun a costa de nuestra salud? ¿Por qué nos sometemos a tratamientos absurdos sólo por si acaso funcionan? Cualquiera que haya intentado perder peso sabe la respuesta: hacer régimen no es nada fácil. Nuestro cuerpo, y sobre todo nuestra mente, nos piden constantemente más de lo que necesitan. Hace falta mucha voluntad para mantenerse firme en medio de un mar de tentaciones apetecibles.
Esta flaqueza humana universal es la que explotan miles de comerciantes, médicos y científicos. Otra vez se trata de buscar un resultado de laboratorio, sirve cualquier estudio preliminar y extrapolar los resultados sin esperar a verificarlos. La magia no existe. Si nos ofrecen beneficios sin sacrificio hay algo que no cuadra. Usemos el sentido común.
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